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viernes, 20 de noviembre de 2015

JOSÉ MARÍA OSUNA JIMÉNEZ

Para celebrar durante este curso el Día de la Lectura en Andalucía, vamos a trabajar la obra de un autor nacido en nuestra localidad, José María Osuna Jiménez.
He aquí una pequeña reseña a su vida y su obra:




Vamos a trabajar un poema que creo como prólogo a su primera obra de poesía.
Se llama de José María Osuna a José María Osuna.
Es curioso porque refleja la vida de Carrión de los Céspedes a principios del siglo XX


DE JOSÉ MARÍA OSUNA (1955) A JOSÉ MARÍA OSUNA
Eres tú, tú mismo, José María Osuna
quien saber por qué
-Aunque sea un POR QUE muy grande
todo de mayúsculas-
sacas ahora este libro de versos a la calle.
Han llovido desde entonces más de 30 inviernos
y una riada de canas inundó tu cabeza,
y en el tristísimo y dulce cementerio
de Carrión
una lápida reza sobre un sencillo nicho:
Natividad Jiménez. Y tú si sabes
todo lo que esto significa.
Pero eres tú mismo:
el que leía los versos
-tan bello por aquel entonces-
de Gabriel y Galán, bajo la parra
cargada de racimos y avispas,
cuando tu corazón era también
un tierno grano de uva cerrado
de otras avispas de alas inefables
para llevarte a donde todavía
no alcanzaban los ojos.
¿A dónde?
Pero tú lo deseabas.
Y te hacía andar rígido
entre duras ringleras de pupitres
y de líneas escritas en falsilla,
aunque tú preferías
el esmeralda de las viñas
con sus racimos rotundos como besos
y sus nidos de verderones
bajo los pámpanos mojados de rocío
¡aquí una perla, allí otra!
y la sorpresa del pozo insospechado
de agua fresca, crujiente
bajo el áspero olor de las higueras;
y los melones con su pereza de cigarras
crepitante, gordas
y su fruto jocundo.
(Aun andará por allí el guarda
en busca del mejor para ofrecértelo…
y tú estás ahora a más de 30 años de distancia.)
Amabas tiernamente todo aquello:
el oro de las eras
con los montones de paja, flexibles en el alba
y sus promesas de pan caliente,
aunque esto era entonces lo que menos te importaba;
el traqueteo de los carros cargados de gavillas
que iban carretera adelante
sumergidos en una nube de plata,
olorosos
el fugaz frescor de los amaneceres estivales;
las llamadas al sol, aun no nacido,
de los roncos aprendices de gallo
altivos ya
sobre el más elevado escalón del gallinero;
y contemplar tu figura temblorosa
en el bloque de claridad de la alberca,
y medir el vuelo de los pájaros,
y charlar del Misterio,
que tú ya presentías, de las cosas
mientras gemía la noria,
y se alegraba el agua en los arcaduces,
y el burro impertinente
trazaba círculos tan tozudos y perfectos
como el buen profesor de Geometría.
Y se exaltaba tu corazón cuando miraba
el único pino del contorno
en el cerro de la huerta.
(¡Malhaya el hombre que un día lo cortó impasible mientras tú llorabas!);
y era más bien una caricia amable
aquella dulce angustia que te oprimía
bajo el cielo nublado
escuchando el graznido del cuervo
-sin conocer aún el terrible “niver more”,
luego tan cierto.-
junto al melancólico pozo de “Las yeguas”.
Todo, todo esto era lo que tú amabas tiernamente;
pero tus amores eran todavía clandestinos
porque siempre estabas obligados a andar
sobrecogido y rígido,
con la tiesura triste
del niño oficialmente bueno
entre aquellas paralelas implacables
de pupitres y renglones escritos con falsilla
y odiaba rectamente a los domingos,
a los temidos días de fiesta en que te hacían
vestir el traje nuevo
y calzarte aquellas botas negras de cordones larguísimos
que tú habías visto tantas veces
en los pies de los niños amortajados.
¡Cuánto me duele, José María Osuna,
no haber estado entonces junto a ti para salvarte;
para salvarte como el príncipe encantado
de los cuentos de hadas entrañables!
Ya no es necesario;
todo estará allí lo mismo este día y el que viene,
y el otro;
pero nos separa una distancia de más de treinta años
cortada por muchas barreras de sucesos;
y hay caminos que no puede volver a ser andados.
Mis hijos te agradecerán el sacrificio,
y yo te ofrezco hoy
este tardío libros de versos.

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